Este no es un artículo que defienda el mercantilismo, ni mucho menos, a los compradores y tratarlos de víctimas. Pretendo, de manera resumidamente sustanciosa, abordar una temática bastante controversial que surge a raíz del desconocimiento de un factor importante: el papel (y el poder) del consumidor.

Uno de los efectos de la globalización es, sin lugar a dudas, la facilidad que tenemos hoy en día para acceder y compartir información con respecto a las generaciones anteriores. Ya no hace falta hacer filas enormes, esperar hasta meses o pagar grandes sumas de dinero para mantener una conversación con alguien al otro lado del mundo, gracias al internet, principalmente, todo está a un click de distancia.

Es la era de la información, y como usuarios consumidores de los medios de comunicación (dígase por consumidor “aquel que utiliza algo para su beneficio”) estamos expuestos, sin saberlo, a un tráfico de información tan masivo que es fácil disfrazar malas intenciones (por supuesto), difamación de personajes, estafas comerciales y cómo no, publicidad engañosa.

En un principio, la publicidad consiste en enviar mensajes, comunicando los beneficios de un producto o servicio, con el fin de que el receptor de esta pueda identificarlo como la solución justa para su necesidad. De 30 o 40 años hacia acá, el enfoque ha cambiado tanto que ya no se trata del producto o la empresa solamente, si no del cliente y de hacer que el cliente potencial (quien aún no compra y puede hacerlo) se identifique con la marca, con la empresa y con la etiqueta, porque “está hecha a su medida”.

Pero nada es perfecto. Varias entidades se bastarán de trucos baratos y mensajes engañosos o con poca utilidad, para generar visitas, vender productos de dudosa procedencia, e incluso manipular los comportamientos de la gente (esto se ve principalmente en el marketing político). La mayor prueba de esto radica en que cuando se habla de marketing en cualquiera de sus variantes, siempre se relaciona con el consumismo imperialista: es un paradigma, una generalización que resulta de un alarido de pocos tomando atajos.

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Por eso es que a la gente no le gusta que le vendan explícitamente y evita suscribirse a listas de correo electrónico, por precaución, para evitar que sean vistos solamente como ventas, números y estadísticas para las empresas.

Si usted, lector, detesta ser manipulado por empresas o entidades que sabe que no le aportarán valor agregado a su vida, o está suscrito (le dio like) a sitios web y páginas de Facebook, que sabe que solo envían spam, promociones y contenido que no le interesa en lo más mínimo, póngase los pantalones, porque usted es quien tiene la solución.

Entérese que como consumidor, como cliente potencial, como dueño del billete que puede gastar y principal motor de ventas para cualquier empresa, usted goza de la posición más favorable en todo este ejercicio, al fin y al cabo, con la publicidad lo que hacen de cierta manera es buscarlo para venderle. Esa tal manipulación (excepto cuando se trate de mensajes subliminales, los cuales están obviamente prohibidos), ese tal engaño no existe. Todo se compone de técnicas de persuasión, generalmente ligadas a técnicas y estudios psicológicos, que determinado producto o servicio es su mejor alternativa, y usted al momento de comprar (aunque sea para probar) da por sentado este argumento.

Usted no necesita ir almorzar a McDonalds; lo sabe, la comida tampoco es muy saludable, pero se siente atraído a ir a comer en ese sitio porque se siente bien haciéndolo. Hay mejores opciones, tanto monetaria (más baratas) como gastronómicamente mejores (mejor sabor, más saludables, etc.), pero no le darán ese caché, ese sentido de satisfacción que obtiene almorzando allí, en la franquicia de una multinacional donde no todo el mundo tiene la oportunidad de comer.

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¡Vamos a McDonalds!: El Origen.

La culpa no es de las empresas, ellas venden solamente para subsistir, para ser sostenibles en el tiempo y de paso, para pagar los sueldos a los trabajadores que tienen. La culpa está del otro lado del mostrador.

Sí, me refiero a los mismos compradores.

Sonará un poco decepcionante y repetitivo, pero la única manera de dejar de sentirse obligado a comprar cosas innecesarias, es “evolucionando” como consumidores, y lastimosamente, haría falta un trabajo social increíble para cambiar la mentalidad de la gente, hacer que cambien ese perfil de “consumidor pasivo” por uno más activo, más crítico.

Las calles y los anuncios publicitarios están por todos lados. Nos venden hasta cuando creemos que no lo están haciendo y lo importante está en saber filtrar la información útil o relevante dentro de todo este ruido publicitario (entre más ruido reciba, menor será la oportunidad que tendrá para enterarse de algo que sí le importe.), porque es lo único que podemos hacer. El mercantilismo no dejará de existir de la noche a la mañana, por lo que la opción más recomendable es adaptarnos y evolucionar.

No es abandonar las cumbres citadinas y perseguir una vida de ermitaños, simplemente por la competencia desmedida que existe en el mercado.

Reflexionemos, que nos hace bien. Y sobre todo, pensemos si de verdad estamos comprando o haciendo algo porque de verdad queremos hacerlo (y/o lo necesitamos), o simplemente porque el último comercial de Apple, McDonalds, o la sección de farándula y entretenimiento del noticiero del mediodía nos invitó a hacerlo.

Espero estén en el primer grupo.