Últimamente, tengo la sensación de que los profesionales del marketing nos hemos convertido en algo parecido a un bombero que corre detrás de pequeños incendios, pero olvidamos que en algún lugar del edificio hay un problema eléctrico mayor que puede hacerlo arder entero. Sí, amigos y colegas, la táctica nos está devorando lentamente y, con ella, nuestra capacidad de pensar estratégicamente.
Piénsalo por un momento: ¿cuándo fue la última vez que lograste sentarte tranquilo, sin revisar notificaciones ni métricas cada 5 minutos, a elaborar un plan estratégico? Seguramente fue antes de que TikTok se comiera tu tiempo, o quizás antes de que se inventaran las stories de Instagram. En serio, no es culpa nuestra que cada día haya una plataforma nueva, pero sí lo es dejarnos llevar por la adrenalina inmediata de ver likes, clics y conversiones instantáneas.
Es como cuando prometes hacer dieta pero descubres una bolsa de papas fritas al fondo de la despensa: sabes perfectamente qué deberías hacer, pero terminas cayendo en la tentación de lo inmediato, de lo fácil, de lo táctico. Un meme aquí, una publicación urgente allá, y así nos alejamos poco a poco del sendero estratégico que algún día definimos en un bonito PowerPoint que ahora duerme plácidamente en nuestro escritorio.
La táctica es seductora al tener resultados inmediatos.
La táctica es seductora porque ofrece resultados inmediatos. Pero, queridos colegas, dejemos de confundirnos: hacer marketing sin estrategia es como ponerle gasolina a un coche sin rumbo fijo. Sí, avanzas, pero, ¿a dónde vas exactamente?
El verdadero problema llega con el tiempo. A largo plazo, este enfoque táctico constante puede llevarnos a la frustración profesional, porque nos damos cuenta de que nunca hemos construido algo sólido y duradero. Es como construir una casa con ladrillos improvisados: quizás puedas dormir una noche bajo su techo, pero tarde o temprano, colapsará. Además, sin estrategia no generamos aprendizajes reales ni una diferenciación sostenible frente a nuestros competidores. En lugar de construir marcas sólidas y reputaciones robustas, terminamos generando ruido pasajero que se pierde en el infinito scroll de las redes sociales.
Esta pérdida de rumbo estratégico nos hace vulnerables frente a cambios repentinos en los algoritmos, en las preferencias de nuestros consumidores o en la aparición de nuevos competidores más centrados. La ausencia de estrategia debilita nuestra capacidad para adaptarnos y reaccionar adecuadamente a estos desafíos. En definitiva, olvidamos construir relaciones significativas con nuestros clientes, sacrificando la fidelidad a largo plazo por la satisfacción inmediata de un indicador temporal.
Y no me malinterpretes: amo la táctica, es necesaria, efectiva y emocionante. Pero es la estrategia la que nos lleva a destinos verdaderamente relevantes. A largo plazo, tener clara la estrategia es como preparar el café por la mañana antes de empezar el día: vital y reconfortante.
Así que la próxima vez que vayas corriendo a resolver la urgencia del día, detente un segundo y pregúntate: ¿esto me está acercando realmente a mi objetivo estratégico? Si la respuesta es no, respira profundo, sonríe irónicamente (porque seguro te ha pasado mil veces) y recuerda que nunca es tarde para volver al camino correcto.