La humanidad se adelantó al orden de las cosas al entrar a un sistema económico agresivo sin haber estado preparada, no en infraestructura, no en temas de mercado, sino en cuanto a la moral y la regulación de nuestros peores instintos humanos como la envidia y la codicia.

La pasada crisis del 2008 es un excelente ejemplo de cómo un conjunto de actos irresponsables, individualistas y egoístas, ejecutados por personas impulsadas por sus más salvajes instintos, convirtieron a la única opción que posibilita la subsistencia “digna” de la población mundial – el Libre Mercado – en un arma letal.

Es aquí donde la ética entra en juego, siendo ésta un componente ineludible para poder actuar en entornos hostiles como los que provoca este sistema, ya que si bien el Libre Mercado es el camino para darnos la posibilidad a todos de “ganarnos la vida” y de alcanzar los frutos de nuestro esfuerzo, también nos pone el índice sobre el gatillo, esperando a que nuestras ansias de triunfar nos hagan jalarlo sin importar quién esté en frente.

La Real Academia Española (RAE) define a la ética como “el conjunto de normas morales que rigen la conducta de la persona en cualquier ámbito de la vida”, y es que ésta no debe de verse como un componente más para  nuestro correcto actuar, sino como el eje central de nuestro SER. En mi opinión la situación que vivimos como civilización, es producto de “la verdad” que hemos pregonado desde hace miles de años; ya no basta con infundir el temor de Dios para que guardemos la compostura y respetemos al prójimo. Ya es hora de entender que nuestro comportamiento no debe de depender de nuestra conveniencia ni de quién nos esté vigilando, sino que debe de ser parte de nuestro ser el hacer el bien. Se asume que nos diferenciamos de los animales en que nosotros tenemos la capacidad de razonar.

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Los indígenas Wayuu tradujeron el artículo 12 de nuestra constitución de 1991 que dice “Nadie será sometido a desaparición forzada, a torturas ni a tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes.” a “Nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie, ni hacerle mal en su persona, aunque piense y diga diferente.”, siendo así una ley humana no sólo aplicable para su cultura o nuestro país, sino para la humanidad.

El día en el que nosotros como civilización entendamos esas veintiuna palabras y las apliquemos no sólo al entorno de los negocios, sino también a nuestro diario vivir, mencionaremos la ética más que como un concepto, como un instinto humano.